La desigualdad es el virus

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Por: Constanza Setrini. CONTRAHEGEMONIAWEB. 05/06/2020

Un día después de que el presidente de la Nación, Alberto Fernández, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof y el Gobernador de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, brindaran una conferencia de prensa anunciando la extensión del aislamiento social, preventivo y obligatorio, nos enteramos qué, en la Villa Azul se realizó un “aislamiento sanitario estricto” de la comunidad. El pretexto de esta medida fue la confirmación de que, hasta el momento, hay más de cien casos positivos de Covid 19 en el barrio. Esto se complementó con el confinamiento de las personas con diagnóstico confirmado en el centro de contención organizado en la Universidad de Quilmes.

Bajo la premisa de que “no entra ni sale nadie” del barrio por quince días, lxs vecinxs del barrio ubicado entre el Acceso Sudeste, Ramón Franco, la calle Lincoln y Sargento Cabral, se vieron rodeadxs por helicópteros, fuerzas de seguridad, ambulancias, camiones hidrantes y de desinfección de la Policía Ecológica. El Ministro Bonaerense de Seguridad, Sergio Berni y el Ministro de Desarrollo Comunitario, Andrés Cuervo Larroque se hicieron presente para la coordinación de las acciones. Además, acompañaron lxs intendentxs Mayra Mendoza, de Quilmes y Jorge Ferraresi, de Avellaneda, ya que la Villa Azul comparte dos jurisdicciones. Hacia el norte de la calle Caviglia hay un sector urbanizado desde el año 2014 que corresponde al partido de Avellaneda, y hacia el sur, la zona del barrio que continúa teniendo sus casillas de chapa, ladrillo y madera agolpándose hacia la autopista, es la perteneciente a Quilmes.

La Villa Azul tiene, tomando como referencia el Censo en Barrios Populares de la provincia de Buenos Aires (CeBPBA) del año 2018, más de tres mil habitantes, y colinda con la Itatí. Ambas nacieron como el mismo asentamiento, hasta que durante la última dictadura militar fueron divididas por la construcción del Acceso Sudeste. La Villa Itatí es una de las más grandes de la provincia de Buenos Aires y su extensión es mucho mayor a la de Villa Azul. Sus habitantes son entre quince y veinte mil personas, y éste es el argumento esgrimido por las autoridades a la hora de explicar la extrema decisión: si el virus circula en Itatí como circuló en Azul, sería una catástrofe. En sus alrededores, así como en muchas zonas del Partido de Quilmes como otros del Conurbano, los barrios de emergencia y asentamientos se multiplican por centenas.

Quienes habitamos y militamos en los barrios populares tanto del Conurbano Bonaerense como de la Ciudad de Buenos Aires, sabemos que los motivos por los cuales se multiplican los casos positivos en las villas no son meramente el alto índice de contagio del virus. Tanto en Villa Azul como en Itatí, dos barrios aledaños, las instalaciones de luz son precarias y realizadas por lxs propixs vecinxs, las familias se conectan a pequeños tubos de agua de dudosa potabilidad para poder consumir e higienizarse, los basurales a cielo abierto son parte del paisaje y la recolección de residuos no se suele cumplir. Por supuesto no tienen gas de red, muchas de sus calles aún son de tierra y se abren en pasillos organizados por la propia comunidad.

Una semana antes de que comenzaran los testeos en Azul e Itatí, a partir de casos sospechosos con dos o más síntomas, lxs vecinxs de ambos barrios aledaños al Acceso Sudeste, ya venían exigiendo que haya agua en todo el barrio ya que desde el verano venían con poca o nula presión, y pedían también que se realicen testeos de Covid 19 por la presencia de síntomas en vecinxs. Además reclamaban que se vacíen la bocas de tormenta estalladas de desechos sanitarios, debido a que casi la totalidad de las viviendas no tienen cloacas. Algunos canales de televisión vinculados con el Grupo Clarín fueron entonces a la Villa Itatí a mostrar esta situación, que es de larguísima data. Para entonces, en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, que gobierna Horacio Rodríguez Larreta, se denunciaba la falta de agua y el incremento de los casos positivos en Villa 31, 21 y Zavaleta, y la 1-11-14, entre otros barrios, y se anunciaba el fallecimiento de Ramona Medina, una de las primeras contagiadas por Covid 19 en un barrio popular de la Capital Federal. No es el tema habitacional en Villa Itatí y en Villa Azul un punto que podamos endilgarle a la gestión actual de Mayra Mendoza, ya que el asentamiento tiene más de sesenta años, pero sí nos obliga a pensar sobre el rol que cumple el Estado frente a las problemáticas socioambientales y económicas de los sectores excluidos.

Al inicio del aislamiento de la Villa Azul, la comunicación fue escasa. No informaron al barrio sobre la situación, y las fuerzas de seguridad, las ambulancias y las autoridades comenzaron a llegar. Al frente del operativo se veía a Sergio Berni, mostrándose emperifollado en un traje sanitario. Fueron los medios de comunicación quienes primero mostraron la situación, y lxs vecinxs se iban enterando los motivos y las novedades a través de ellos. La difusión del operativo de aislamiento espectacularizado, en directo, contribuyó a una mirada estigmatizante hacia un barrio que sufre sistemáticamente la precariedad de las condiciones de vida. Se culpabilizó a sus habitantes de la amplitud de los contagios, colaboró con la idea de que a los sectores excluidos solo se los puede controlar con reclusión, y contribuyó a reforzar la idea de que la respuesta a todo conflicto adentro de los barrios, es la militarización. Da lugar a una paranoia generalizada hacia el interior del territorio “controlado” y sirve como aleccionador a otras zonas de similares características: si tienen muchos contagios, la respuesta será el encierro.

Las autoridades municipales, provinciales y nacionales desde una impostura de “cuidado” profundizan la estigmatización de los barrios vulnerados. Con el cercamiento del barrio Azul, se cristaliza la situación de desigualdad entre las villas y el “afuera”: lxs vecinxs aislados, contagiadxs o no, que tengan que ir a trabajar, no pueden hacerlo. Cabe destacar que la mayor parte de lxs trabajadorxs de estos barrios realizan actividades vinculadas con la construcción, la limpieza y el cuidado de personas, la recolección puerta a puerta de residuos reciclables, entre otras. Sus empleos son los más precarizados. Por otro lado, este aislamiento estricto no permite la compra de víveres y tampoco poder abastecerse de productos de los negocios de adentro del barrio, por lo que lxs vecinxs solo podrán utilizar lo que tengan acopiado o lo que entreguen lxs referentxs territoriales. No pueden ir a cobrar salarios, retirar medicamentos, ni realizar ninguna de las medidas exceptuadas que todos los barrios del AMBA, hasta el momento, tienen permitido. Entonces, por lo menos por quince días, lxs vecinxs dependen meramente de los gobiernos para poder subsistir.

A su vez es interesante pensar la respuesta diferenciada del Estado según el sector social: en las mismas horas en que los medios de comunicación mostraban el día uno del aislamiento estricto en Villa Azul y los primeros momentos en que llegaban bolsones de alimentos e higiene a las familias a través de las vallas, se dio una “movilización” (en la que participaron habitantes de barrios cerrados), en el centro del partido de Tigre, en caravanas de autos y seguramente sin permiso de circulación, que por supuesto, pasó sin intervención de las fuerzas policiales.

Sabemos que la compleja situación que estamos atravesando a nivel mundial es inédita y por ende exige el ensayo de medidas urgentes. Respetando las decisiones ministeriales en términos sanitarios no podemos evitar preocuparnos y denunciar la práctica de control social que se llevó adelante justamente con el argumento de cuidar a lxs vecinxs. La Villa Azul es el único barrio del país, desde el inicio de la cuarentena, en donde se realizó este tipo de operativo de encierro territorial. Asimismo, algunas autoridades ya advirtieron que en caso de que haya otros barrios de similares características, con alta tasa de positividad, atravesarán las mismas circunstancias. Aún más, si bien el gobernador Kicillof afirma que si en un country hubieran muchos casos también lo cerraría, sabemos de las diferencias: aquel que atraviesa el aislamiento en un condiciones dignas probablemente no viva lo mismo que el que vive el encierro en un casilla. Los habitantes de los barrios populares conocen los ejercicios represivos de quienes hoy son los encargados de “cuidarlos”, y tienen miedo: de enfermarse, de no poder comer, de la misma policía que comúnmente solo entra al barrio con las armas desenfundadas buscando sospechosos de algún crimen o dispersando algún evento de la vecindad.

Las policías, los gobernantes y los canales de televisión no aparecen en la villa cuando lxs vecinxs se organizan y logran alimentar a todo un sector del barrio. No participan en el cotidiano del apoyo escolar o merendero que convive con las ratas y la basura de la laguna. No están en los festivales en que el piberío baila murga y la música se pone con parlantes desde las casas. No miran cuando las personas salen de madrugada para viajar a cubrir sus puestos laborales de muchas horas y poca paga, en trenes o colectivos atiborrados. Ni cuando las juventudes llegan tarde de estudiar a sus barrios con poca iluminación y barro en cada pasillo.

En las villas de emergencia el hacinamiento, la falta de servicios, la escasez de recursos, el trabajo precario, y el hambre generalizado, no permiten a gran parte de sus habitantes guardar una “cuarentena” en el hogar, con los resguardos de higiene necesarios. Aunque sólo sea para ir a la escuela del barrio a buscar los productos entregados o a la olla popular a conseguir un plato de comida, tienen que salir.

El virus no nació en las villas del AMBA, más bien, vino en un avión del exterior, y se propagó en barrios residenciales y edificios. Ahora aparece en nuestros barrios pobres, en esos territorios que nunca fueron cuidados preventivamente, que estuvieron y siguen estando sin condiciones mínimas de salubridad, que continúan siendo el último orejón del tarro, salvo para observar todo lo que una sociedad mediocre no quiere ser, pero es.

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